Hay pequeños cambios en la forma de pensar que pueden marcar un antes y un después en nuestra autopercepción
¿Realmente hay alguien sobre la faz de la tierra que tenga una autoestima elevada? En tiempos de la comparación constante, de la competitividad exagerada, de la búsqueda de la validación externa y, claro, de las redes sociales, parece que nadie está a salvo en su propia piel. Nos gusta hablar de trabajar o cuidar la autoestima y la autoconfianza, pero lo cierto es que no es un camino lineal, sino más bien algo que fluctúa arriba y abajo dependiendo de toda una serie de factores tanto internos como externos.
La clave está, por tanto, en encontrar un punto intermedio en el que, con nuestros días buenos y nuestros días malos, en general mantengamos una relación sana con nosotras mismas.
No es fácil, y no es algo que se consiga de un día para otro –de hecho, trabajar la autoestima es más bien una rueda continua que ni termina ni se debe descuidar–, pero hay ciertos gestos bastante tóxicos hacia nosotras mismas que debemos (y podemos) reformular hacia pensamientos más positivos. Si bien es cierto que puede ser complicado escapar de las validaciones externas –especialmente de aquellas no solicitadas–, existe todo un cúmulo de autocrítica y autoodio del que podemos salir por nuestro propio pie. Porque, al fin y al cabo, el trabajo de la autoestima debe empezar por una misma. Como nos dijo en una ocasión la psicóloga Elena Dapra hablando precisamente sobre este tema:
Elena Dapra (psicóloga)... el control sobre nuestra propia imagen no lo marcan los demás, sino nosotros”.
Y este artículo expone algunos de los gestos que me han ayudado a reformular mi relación conmigo misma.
#1. Nadie va a analizar esa foto tanto como lo estoy haciendo yo
Si tú también has dejado de publicar una foto en Instagram porque ‘sales mal’, tengo algo que decirte: nadie más lo piensa. Sí, todas tenemos nuestras fotos buenas y malas, pero lo cierto es que ese análisis crítico y milimétrico que hacemos de nuestras propias imágenes, normalmente, no lo hace nadie más. Igual que tú pasas los stories sin mucha atención, lo mismo hacen los demás. Nadie va a pararse a hacer zoom en una estría o fijarse en ese granito apenas imperceptible y, si lo hace, el problema es suyo, no tuyo. Para mí, fue liberador darme cuenta de esto, y pasé de no publicar apenas ninguna foto propia a hacerlo con bastante asiduidad. ¿Lo mejor? Que ahí están tus amigas con sus likes y sus emojis de fuego para reforzar la idea de que eso de que sales mal está solo en tu cabeza. Y si necesitas otro empujoncito, estas cuentas de Instagram son todo un canto al amor propio.
#2. No soy perfecta 24/7 (y no pasa nada)
Hay días en los que me veo genial, la piel luminosa y el pelo perfecto. Y hay días en los que parece que llevo una semana sin dormir (puede que sea relativamente cierto) y parezco la versión del ‘antes’ de esas imágenes que comparan el antes y después de las famosas. Sí, puede ser un bajón mirarte al espejo y que cualquier parecido con tu ‘yo’ ideal sea pura coincidencia, pero la clave está en no machacarte por ello. Ahora, cuando tengo este tipo de pensamientos negativos sobre mi imagen, me recuerdo que tengo derecho a tener mala cara (y no pasa nada por ello).
#3. La talla solo es un número
Probarte ropa de años anteriores que antes te quedaba bien y ahora no te entra o ir de compras y descubrir que has subido de talla puede resultar bastante estresante y, desgraciadamente, ser un golpe para la autoestima. En esos momentos de inseguridad, lo que más me ayuda es recordarme a mí misma que la talla solo es un número, sin olvidar que las firmas de moda establecen el tallaje de una manera que en muchos casos solo podría calificarse de aleatoria. En otras palabras: da igual si en Zara usas la L y en Mango la S; o si en un jersey necesitas una XS y en un pantalón una 42, lo importante es que tú te veas bien con la ropa. De hecho, un truco que he empezado a implementar es comprarme una talla por encima de la que me queda “bien”, especialmente en pantalones y faldas, que suelen ser más complicados. Es decir, en lugar de apretujarme en unos vaqueros de la 36 a riesgo de dejar de respirar para siempre, me voy tranquilamente a la 38. Créeme: ganarás mucho en bienestar mental.
#4. Cuando te hagan un cumplido, acéptalo
La modestia es importante, pero eso no significa que haya que quitarle hierro al asunto cada vez que alguien te diga algo positivo. Un ejercicio relativamente fácil para la autoestima que intento implementar en mi día a día es aceptar las cosas buenas que me dicen, en lugar de intentar rebajarlas. Si te dicen qué buena cara tienes hoy, no contestes que no has dormido nada o que te ha salido un granito, simplemente da las gracias. Con el tiempo, empezarás a creértelo.
#5. El autoodio, aun en clave de humor, sigue siendo autoodio
De lo anterior se desprende otro clásico que también solemos hacer sin darnos cuenta: ese típico comentario sarcástico contra nosotras mismas, que permite puntualizar algo que consideramos un defecto propio o un aspecto sobre el que nos sentimos inseguras, camuflado por una capa de humor. Aunque reírse de una misma de vez en cuando no está mal, no debería convertirse en una forma habitual de lanzarte dardos a ti misma. Ahora, cuando voy a hacer un comentario de autoodio hacia mí misma, intento detenerme y pensar en si eso es lo que le diría a otra persona. Como nos dijo en una ocasión Nuria G. Alonso, fundadora y directora de Ayudarte Estudio de Psicología:
Nuria G. Alonso“infravalorarte constantemente y luchar contra ti misma resulta agotador”. ¿La clave? Aprender a hablarte a ti mismacomo hablarías a tu mejor amiga”.
#6. Lo superficial también importa
El poder de un good hair day (no lo decimos nosotras, sino también un estudio de la Universidad de Yale), un toque de rojo en los labios, un look con el que te ves especialmente favorecida… No hay que subestimar la fuerza de este tipo de detalles que, aunque superficiales, son muy valiosos a la hora de sentirte bien contigo misma y elevar tu autoestima. Hay quienes desprecian el poder de la apariencia externa pero, aunque no debe ser el eje que apoye la imagen que tenemos sobre nosotras mismas, si te hace sentirte mejor, ¿por qué no?
#7. Mantenerse activa es clave (tener un six pack, no)
Sí, yo también he pasado por etapas en las que no me veía bien en mi cuerpo y me ponía metas imposibles –comer bien todos los días de la semana, ir al gimnasio a diario…– que, por supuesto, dejaba de cumplir en seguida, hasta que por fin me di cuenta de que lo que me hacía sentir mejor no era alcanzar determinada meta, sino sentir que estaba haciendo algo por alcanzarla. Es decir, olvidarme de intentar alcanzar determinado peso o marcar los abdominales, y centrarme en hacer deporte y llevar una alimentación equilibrada dentro de mis posibilidades y sin exigencias imposibles. El simple hecho de levantarme y entrenar, aunque sea de vez en cuando y con menos disciplina de la que me gustaría, hace que me sienta mucho mejor conmigo misma. Y aunque el cambio en mi cuerpo no sea superevidente, por el hecho de mantenerme activa ya me veo mejor frente al espejo.